Stephen Frears no fuma




Aquel domingo 18 de junio no trabajaba. Aun así, decidí acudir al Rialto a ver la presentación que iba a realizar Stephen Frears de 'Las amistades peligrosas'. Me apetecía conocerle en persona. Desde que vi 'Ábrete de orejas' en el Valencia Cinema siendo chaval había seguido su carrera. Estaba en la puerta del Rialto fumando un cigarro cuando vi llegar a Rafa Maluenda y su equipo. Junto a ellos se encontraba Frears. Maluenda me saludó. Frears me miró y, al verme fumar, sonrió. Subimos al Rialto. Allí Frears habló de lo mucho que le gustó hacer 'Las amistades peligrosas' y de su entonces última película 'La reina'.
      — La reina de Inglaterra me querrá cortar la cabeza cuando se estrene — rió.
Fue un acto muy agradable, típico de Cinema Jove, y en el que Frears se encontró cómodo. Tras él, Maluenda me recordó que se iba a celebrar un copetín en el Balneario de las Arenas y después una cena.
Cuando llegué al hotel Balneario de las Arenas de Valencia, donde se celebraba el cóctel homenaje a Stephen Frears, invitado por Cinema Jove, estaba atardeciendo. Los domingueros comenzaban a abandonar la zona de restaurantes y los gorrillas se agolpaban en tríadas intentando convencerte de que aparcaras en la plaza que te señalaban. Frears estaba al fondo. Prácticamente solo. Saludé a Ferran Bono y al entonces jefe de prensa de Cinema Jove, Guillermo Arazo. Vi que Frears estaba en ese momento solo con el traductor y les hice ver a Bono y Arazo que era nuestra oportunidad.
— ¿Nos acercamos? — les pregunté.
Bono me tomó la palabra. Fuimos para allí. Frears no mordía. Al contrario. Estuvimos hablando con él más de una hora larga. De cine. De por qué le nominaron con 'Los timadores' y no con 'Las amistades peligrosas'.
—Hollywood funciona así; este año no, el que viene te nominaré.
De la situación actual de la industria americana, con producciones que bordean el infantilismo. Del preocupante estado de las cinematografías europeas.
— Los ingleses no ven películas inglesas — se lamentó.







    Hablamos también de polémicas. De la que creía que iba rodear a su filme sobre la reina y de la que rodeaba a la película de Ken Loach que había ganado en Cannes, 'El viento que agita la cebada'. Frears se mostró preocupado. Él no lo sabía, pero con 'La reina' iba a conseguir su segunda nominación al Oscar.
Entonces sucedió. Me encendí un cigarrillo. Frears me sonrió como había hecho en la puerta del Rialto y me lo pidió. Se lo di. Me dije: “Mola; voy a invitar a fumar a Frears”. Me iba a encender otro y me detuvo. Me hizo un gesto para que esperara. Me devolvió el primer cigarro a las cuatro caladas. Comprendí lo que había pasado. Me imaginé a Mrs. Frears regañándole.
— Usted no fuma, ¿verdad? — le pregunté cómplice.
— ¿Yo? ¡No! — respondió.
Claro, lo había dejado.
Fuimos a cenar a uno de los salones del hotel. Cuando subíamos las escaleras me dijo:
—How tacky! ¿Qué es? ¿La Acrópolis?
Tacky es hortera. Yo tampoco lo sabía. Me lo tuvieron que traducir. Le dije que era como Las Vegas en pequeño. En tacky, vamos.
Parecía una boda. Ocho mesas de diez comensales. Frears se levantó en un par de ocasiones de la suya y se acercó a la nuestra. Se ponía a mí lado y me decía:
— ¿No le apetece fumar? Yo le enciendo el cigarro.
Aprovechamos de nuevo para hablar con él. Hasta cuatro personas le dijeron que uno de sus largometrajes era ‘su película favorita’. 'Alta fidelidad', 'Los timadores', 'Las amistades peligrosas'... Hay dónde elegir.




 
Pensé que yo tenía dos. 'Ábrete de orejas' y 'Héroe por accidente'. La primera recuerdo que me impresionó mucho la historia de Joe Orton, que murió asesinado a martillazos por su compañero Kenneth Halliwell. A partir de la biografía de John Lahr, y con la complicidad de Alan Bennett en el guión, creó una brillante película sobre el amor, el éxito, la homosexualidad y el dolor.
La segunda, que cerró el cine Rex, la contemplé cuatro veces cuando se estrenó. Me alegró saber que era una de sus películas favoritas. Sí, era ingenua, infantil, pero funcionaba. Me gustaría volver a verla. Comprobar si en esta década larga ha envejecido o no.
Le comenté su habilidad para tocar diferentes géneros.
—Me gusta probar.
Su capacidad de empatía para entender personajes muy dispares.
—Cada película tiene sus problemas.
Y el hecho de que, hablando de 'Mrs. Henderson presenta', confesaba que había aprendido algo nuevo.
—Siempre hay que aprender—, comentaba.
     De ahí, no recuerdo cómo, pasamos a los actores. Le pregunté por Dustin Hoffman. De pronto nos dijo que le encantaba Penélope Cruz.
     — Pero es mejor cuando interpreta en castellano — matizó.
Le hablamos de las discotecas de Valencia. De las que están de moda. Nos preguntó qué clase de música se escuchaba en ellas. 
En nuestra mesa se encontraba un realizador checo, Marek Dobes. Frears nos sorprendió con su conocimiento del cine checo de los sesenta. Dobes estaba anonadado. A las doce levantamos el campamento.
Semanas después, un amigo me preguntó qué me había parecido Frears.
— Un encanto. Fíjate si es amable que me encendía los cigarros.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una muerte (cuento)

Sangre de placer

La falla de Picasso (cuento)